miércoles, 10 de agosto de 2016

Llegó la hora de movilizarse tras la libertad

LLEGÓ LA HORA DE MOVILIZARSE TRAS LA LIBERTAD


Ninguna de las vías que establece la Constitución para resolver de cuajo esta tragedia, posee virtudes mágicas y es suficiente por si misma para resolverla. Ante cualquiera de ellas, el régimen encontrará los subterfugios para inutilizarla. Sólo el poder de un pueblo unido por su base y movilizado tras una meta trascendental e irrenunciable – la reconquista de nuestra Libertad – está en capacidad de desalojar a la dictadura y sentar las bases para un futuro renacimiento. Llegó la hora de movilizarse tras la Libertad.

Antonio Sánchez García @sangarccs





            La tragedia del pueblo venezolano se precipita por sus carriles, desenfrenada y sin visos de desenlace. Alcanza una dimensión aún no del todo desvelada, pero perfectamente imaginable: hambre, insalubridad y miseria. Una grave crisis humanitaria, como Venezuela jamás la viviera. Por primera vez en su historia, los venezolanos están pasando hambre. Y la muerte puede pasearse a sus anchas entre las filas de una sociedad inerme y abandonada a su suerte: más difícil que encontrar arroz o harina, azúcar o aceite, es encontrar antibióticos o antidepresivos. El país se desbarranca, sin control ni medida. A falta de todo gobierno, las fuerzas que sobreviven actúan a sus anchas: los comerciantes hacen su agosto, los bachaqueros el suyo, el malandraje se apoderó del país. Y nadie, absolutamente nadie se ocupa de ordenar el desmadre. Hemos llegado al terrorífico territorio de las catástrofes: la nada y el sálvese quien pueda.



            La Encuesta Keller del segundo trimestre ha permitido un vistazo al ánimo de la población. El panorama es literalmente desolador y terriblemente preocupante: el peor que haya vivido Venezuela en su historia democrática. Las circunstancias objetivas y subjetivas están dadas como para que explote una insurrección popular, de dimensiones y alcances muchísimo más devastadoras que el Caracazo del 27 de febrero de 1989 y/o se desate un golpe de Estado que reviva los peores recuerdos de hechos semejantes en Venezuela y América Latina. Ante ambas perspectivas, unir al pueblo y darle una dirección combativa a sus luchas tras el desalojo del régimen es la tarea prioritaria.



            Si lo primero, la insurrección, no ha sucedido aún, se debe al miedo ante el aparato represor del régimen – una perversa combinación de policía, malandraje para policial y fuerzas armadas venecubanas que copan y vigilan a todos los niveles poblacionales – y a la ausencia de un factor subjetivo capaz de promoverlo, organizarlo y dirigirlo. Los partidos se desangran en sus mezquindades candidaturales y no piensan más que en sí mismos.



            De allí la ausencia de un liderazgo capaz de articular el gigantesco descontento popular – un 89% de los venezolanos está contra Maduro y quisiera verlo lejos del poder - y ofrecer una salida a la crisis, que es más, muchísimo más que un mero cambio de gobierno dentro de las mismas coordenadas imperantes. Ante la dimensión apocalíptica de la crisis ofrecerse sonriente de candidato presidencial demuestra una falta absoluta de consciencia y grandeza políticas. No estamos al fin de un período presidencial de cinco años, como hace veinte años: estamos ante el fin de un ciclo histórico, al borde del abismo. No se trata, pues, de acopiar votos: se trata de acopiar voluntades para emprender un gran cambio, un revolucionario cambio sociopolítico. Única forma de darle un giro positivo al desastre que sufrimos. No se trata de ofrecer candidaturas: se trata de ofrecer una estrategia, un programa, una nueva democracia. Una nueva Venezuela. Que no está al alcance de un proceso electoral sino de una gigantesca movilización nacional. Exactamente como sucediera el 23 de enero de 1958.



            Hemos vivido dos décadas bajo las promesas de un cambio revolucionario que despertó las mayores esperanzas, movilizó al país entero y contó con el Poder y los recursos más extraordinarias de nuestra historia. Hoy agoniza, al cabo de los mayores estupros y la más cruenta estafa política vivida por Venezuela desde su independencia. Pero debemos tenerlo claro, en momentos que nada es más peligroso que el auto engaño: si el chavismo prácticamente ha desaparecido como esperanza del cambio en Venezuela y su líder actual, Nicolás Maduro, es rechazado por el 89% de la ciudadanía, no se debe en lo absoluto a la acción opositora de AD, de PJ o de los restantes partidos a ellos subordinados.  Por lo demás, sin la acción de la llamada SALIDA, vale decir, de Voluntad Popular, Vente Venezuela y Alianza Bravo Pueblo, pero por sobre todo de Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma, los tiempos de la crisis se hubieran retardado a gusto de la dictadura. Los viejos y nuevos partidos del establecimiento opositor se habían acomodado a la espera de las elecciones presidenciales del 2019. Pero el abismo al que ha descendido el régimen en la apreciación general tampoco se debe a ellos. Ha sido la obra desquiciante y devastadora de la propia dictadura. Murió como Chacumbele: ella mismita se mató. Pero como las fieras moribundas: muestra sus peores instintos.



            Ante sus despojos y el aterrador vacío político generado por la falta de gobierno, de una parte,  y la ausencia de dirección opositora, por la otra,  se verifican dos fenómenos, que reflejan la hondura de la crisis: la inexcusable y extemporánea pretensión candidatural de los líderes de AD y PJ,  por una parte; y la incomprensible y criminal pasividad de las fuerzas armadas ante la práctica disolución, disgregación y caos de la República, por la otra. Los primeros, absolutamente inconscientes de la insólita gravedad del momento histórico que vivimos, que requiere de grandeza, generosidad, desprendimiento e inteligencia de parte del liderazgo democrático para ir hacia la constitución de un auténtico gobierno de Unidad y Salvación Nacional, con participación de los mejores hombres, civiles y uniformados, con que cuenta la República. Para dirigir un proceso de reconstrucción nacional, de reinstitucionalización de la República y de pacificación de la sociedad, que permitan el retorno hacia el Estado de Derecho y la Democracia Social. El segundo fenómeno se refiere a la insólita pasividad de nuestras fuerzas armadas en liberarse del laberinto de iniquidades en que las comprometiera Hugo Chávez en contubernio con los Castro y la evasión de sus obligaciones constitucionales ante la práctica disolución de la República. Pero por sobre todo, para imponer la sagrada integridad de nuestra soberanía y salvar a la Patria del hundimiento.



            Ninguna de las vías que establece la Constitución para resolver de cuajo esta tragedia posee virtudes mágicas y es suficiente por si misma para resolverla. Ante cualquiera de ellas, el régimen encontrará las trácalas, los subterfugios y las triquiñuelas para inutilizarla. Sólo el poder de un pueblo unido y movilizado tras una meta trascendental e irrenunciable – la reconquista de nuestra Libertad – está en capacidad de arrasar con la dictadura y sentar las bases para un futuro renacimiento. No comprenderlo es un crimen de lesa humanidad.


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