LA SUERTE ESTÁ ECHADA
Hemos
llegado al final del juego. La encrucijada no puede ser más clara e
imperiosa: sometimiento o libertad, dictadura o democracia. No habrá paz
mientras gobierne la violencia. No habrá convivencia, mientras gobierne
el odio. No habrá reconciliación mientras gobierne la injusticia. No
habrá vida, mientras gobierne la muerte.
Allea iacta est. La suerte está echada
Antonio Sánchez García @sangarccs
En
2002, nada más vivir los luctuosos sucesos de Abril, escribí mi primer
libro dedicado a la situación venezolana que titulé DICTADURA O
DEMOCRACIA, VENEZUELA EN LA ENCRUCIJADA. Quise alertar sobre lo que ya
por entonces me parecía palmario: el gobierno de Chávez solapaba el
asalto al Poder en el más puro estilo neofascista, inédito en la
historia de la región: desmontando el entramado de la institucionalidad,
los usos, los hábitos y la tradición democrática a que medio siglo de
democracia nos habían acostumbrado para empujarnos al desaguadero de una
dictadura de corte castrocomunista, siguiendo las señas y el proyecto
sociopolítico de la tiranía cubana y una experiencia inaugurada por
Hitler y el nacionalsocialismo en Alemania. Guardando las debidas
distancias: también Hitler había intentado un golpe de Estado, había
fracasado, había sido encarcelado, enjuiciado y puesto en libertad tras
dos años de cárcel. También Hitler había aprendido del fracasado putch
de la cervecería que al Estado moderno no se le asalta por la fuerza,
sino por medio de la conquista de la voluntad colectiva – la llamada
hegemonía –, elecciones libres, el mayoritario respaldo cívico y la
mansedumbre de unas élites decadentes y en crisis, prontas a someterse
al tirano. También Hitler, tras algunos años de libertad e intensivas
campañas electorales había entrado al Poder en gloria y majestad, para
no abandonarlo sino trece años después, tras su muerte y el apocalipsis
bélico que provocara.
La
advertencia no sirvió de nada. Profundamente trasminada de estatismo,
populismo y clientelismo, la sociedad venezolana arrastraba el lastre de
su conciencia de culpa por los errores e insuficiencias de la
democracia puntofijista y una parte amplia y sustancial de ella,
compartía quizá inconscientemente la voluntad auto mutiladora y
desquiciada que subyacía al asalto de la barbarie portada por Chávez y
sus fuerzas hegemónicas. Condescendientes con el asalto de la barbarie,
y hasta complacientes con ella, importantes sectores de la sociedad
venezolana se dejaron engañar tras del supuesto que el de Chávez, en el
peor de los casos, a los que nadie apostaba, no sería más que un mal
gobierno, al que no había que enardecer con un rechazo frontal,
esperando que terminara por hundirse prisionero de sus propios errores y
al que había que seguirle el juego hasta donde fuera posible. El juego,
ya al final de su destino, ha durado diecisiete años, nos ha costado la
devastación espiritual y moral de nuestra sociedad, centenas de miles
de muertes, el despilfarro y saqueo de las mayores riquezas jamás
habidas en la historia de Venezuela, y la destrucción de sus bases
materiales hasta hundirnos en la crisis humanitaria que hoy vivimos.
Salvo
en esos primeros años de resistencia de la sociedad civil, que
culminaran en la caída de Chávez y, una vez fracasado el intento por
desalojarlo dada la absoluta incompetencia y futilidad de quienes lo
pretendieran, la oposición venezolana renunció desde entonces a poner en
práctica una política de resistencia frontal contra el que de mal
gobierno había pasado a convertirse, en los hechos, en un régimen
dictatorial a secas. Una dictadura en proceso de entronización que fue
desnudándose de sus placas de seudo legitimidad a medida que nos hundía
en el laberinto de sus celadas y maniobras electoreras. Con una
oposición, ahora dominada por los partidos, que se negó a aceptar la
naturaleza dictatorial del sistema que adversaba, negándose, por ello,
incluso a poner en práctica los medios que la Constitución,
profundamente violada y tergiversada, ponía en manos de los ciudadanos
para ejercer su defensa propia en forma pacífica, democrática,
constitucional: los artículos 333 y 350 de la Carta Magna.
Esta
incomprensión del mal ha impedido en todos estos años que se forjara
una oposición capaz de comprender el desafío histórico que enfrenta:
luchar por desalojar al régimen, ya definitivamente deslegitimado y
carente de todo respaldo ciudadano, para resolver de cuajo la
encrucijada, vencer y aplastar a las fuerzas de la barbarie dictatorial,
hacer realidad una transición hacia la democracia, reconstruir el
Estado de Derecho y dar paso a la reconstrucción nacional. Cerrando un
perverso ciclo de nuestra historia y abriéndose a la democracia del
Siglo XXI.
Aún
hoy y a redropelo de los datos objetivos: un gobierno en bancarrota
material y moral, repudiado por nueve de cada diez venezolanos y
prácticamente aislado de la comunidad internacional – Venezuela se está
muriendo, reporta la revista TIME, con una foto de nuestro infierno en
portada - y el caos y la anarquía pisándonos los talones, subsisten las
dos visiones de la crisis y las dos perspectivas de acción, como acaba
de ponerse de manifiesto en el comunicado de Fedecámaras, Consecomercio,
Conindustria, IFEDEC y otros medios, organismos y personalidades
venezolanas – llamando entre líneas a la concordia, al perdón y al
olvido, incluso a la auto inculpación - y la Proclama de Voluntad
Popular proponiendo la conformación de un amplio movimiento de
resistencia nacional contra la dictadura. El llamado a la paz del
empresariado y algunos sectores políticos y mediáticos no puede menos
que silenciar y pasar por alto el estado real del país, sacrificando
incluso su propia legitimidad moral al reconocerse culpable de los
desastres que hoy sufrimos, que en un incomprensible torcimiento de los
hechos considera herencia “de los últimos cincuenta años” de vida
democrática.
Frente
a esta auténtica abdicación al derecho constitucional a la legítima
defensa de parte de sectores fundamentales de nuestra sociedad, tras
diecisiete años cumplidos del asalto de la barbarie, un joven partido,
Voluntad Popular, llama a las cosas por su nombre, rasga el velo de la
supuesta legalidad del régimen, desnuda su naturaleza dictatorial,
reconoce la inutilidad de insistir en mecanismos inmanentes al proyecto
totalitario del castromadurismo y convoca a la conformación de un vasto
movimiento nacional de resistencia con el fin de desalojar del Poder,
cuanto antes, a quienes lo detentan y permitir el inicio de una
transición hacia la democracia en Venezuela. No están solos: los
acompaña la Asamblea Nacional conquistada por las fuerzas democráticas,
absolutamente mayoritarias, otros partidos de igual o mayor
trascendencia que hacen vida en la MUD, y tres personalidades señeras
que no por azar han sido falsamente inculpadas, condenadas y/o
acorraladas: Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma.
Unirlos tras el proyecto de los miles de activistas de Voluntad Popular
para hacer realidad el Movimiento de Resistencia Nacional y anclarlo en
el corazón de los sectores populares es una magna empresa, que debe ser
acometida sin tardanza con el auxilio de todos.
Hemos
llegado al final del juego. La encrucijada no puede ser más clara e
imperiosa: sometimiento o libertad, dictadura o democracia. No habrá paz
mientras gobierne la violencia. No habrá convivencia, mientras gobierne
el odio. No habrá reconciliación, mientras gobierne la injusticia. No
habrá vida, mientras gobierne la muerte. Allea iacta est. La suerte está
echada.
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