lunes, 15 de agosto de 2016

La suerte está echada

LA SUERTE ESTÁ ECHADA

Hemos llegado al final del juego. La encrucijada no puede ser más clara e imperiosa: sometimiento o libertad, dictadura o democracia. No habrá paz mientras gobierne la violencia. No habrá convivencia, mientras gobierne el odio. No habrá reconciliación mientras gobierne la injusticia. No habrá vida, mientras gobierne la muerte.  
 
Allea iacta est. La suerte está echada
 
 

Antonio Sánchez García @sangarccs

En 2002, nada más vivir los luctuosos sucesos de Abril, escribí mi primer libro dedicado a la situación venezolana que titulé DICTADURA O DEMOCRACIA, VENEZUELA EN LA ENCRUCIJADA. Quise alertar sobre lo que ya por entonces me parecía palmario: el gobierno de Chávez solapaba el asalto al Poder en el más puro estilo neofascista, inédito en la historia de la región: desmontando el entramado de la institucionalidad, los usos, los hábitos y la tradición democrática a que medio siglo de democracia nos habían acostumbrado para empujarnos al desaguadero de una dictadura de corte castrocomunista, siguiendo las señas y el proyecto sociopolítico de la tiranía cubana y una experiencia inaugurada por Hitler y el nacionalsocialismo en Alemania. Guardando las debidas distancias: también Hitler había intentado un golpe de Estado, había fracasado, había sido encarcelado, enjuiciado y puesto en libertad tras dos años de cárcel. También Hitler había aprendido del fracasado putch de la cervecería que al Estado moderno no se le asalta por la fuerza, sino por medio de la conquista de la voluntad colectiva – la llamada hegemonía –, elecciones libres, el mayoritario respaldo cívico y la mansedumbre de unas élites decadentes y en crisis, prontas a someterse al tirano. También Hitler, tras algunos años de libertad e intensivas campañas electorales había entrado al Poder en gloria y majestad, para no abandonarlo sino trece años después, tras su muerte y el apocalipsis bélico que provocara.

La advertencia no sirvió de nada. Profundamente trasminada de estatismo, populismo y clientelismo, la sociedad venezolana arrastraba el lastre de su conciencia de culpa por los errores e insuficiencias de la democracia puntofijista y una parte amplia y sustancial de ella, compartía quizá inconscientemente la voluntad auto mutiladora y desquiciada que subyacía al asalto de la barbarie portada por Chávez y sus fuerzas hegemónicas.  Condescendientes con el asalto de la barbarie, y hasta complacientes con ella, importantes sectores de la sociedad venezolana se dejaron engañar tras del supuesto que el de Chávez, en el peor de los casos, a los que nadie apostaba,  no sería más que un mal gobierno, al que no había que enardecer con un rechazo frontal, esperando que terminara por hundirse prisionero de sus propios errores y al que había que seguirle el juego hasta donde fuera posible. El juego, ya al final de su destino, ha durado diecisiete años, nos ha costado la devastación espiritual y moral de nuestra sociedad, centenas de miles de muertes, el despilfarro y saqueo de las mayores riquezas jamás habidas en la historia de Venezuela, y la destrucción de sus bases materiales hasta hundirnos en la crisis humanitaria que hoy vivimos. 

Salvo en esos primeros años de resistencia de la sociedad civil, que culminaran en la caída de Chávez y, una vez fracasado el intento por desalojarlo dada la absoluta incompetencia y futilidad de quienes lo pretendieran, la oposición venezolana renunció desde entonces a poner en práctica una política de resistencia frontal contra el que de mal gobierno había pasado a convertirse, en los hechos, en un régimen dictatorial a secas. Una dictadura en proceso de entronización que fue desnudándose de sus placas de seudo legitimidad a medida que nos  hundía en el laberinto de sus celadas y maniobras electoreras. Con una oposición, ahora dominada por los partidos, que se negó a aceptar la naturaleza dictatorial del sistema que adversaba, negándose, por ello, incluso a poner en práctica los medios que la Constitución, profundamente violada y tergiversada, ponía en manos de los ciudadanos para ejercer su defensa propia en forma pacífica, democrática, constitucional: los artículos 333 y 350 de la Carta Magna.

Esta incomprensión del mal ha impedido en todos estos años que se forjara una oposición capaz de comprender el desafío histórico que enfrenta: luchar por desalojar al régimen, ya definitivamente deslegitimado y carente de todo respaldo ciudadano, para resolver de cuajo la encrucijada, vencer y aplastar a las fuerzas de la barbarie dictatorial, hacer realidad una transición hacia la democracia, reconstruir el Estado de Derecho y dar paso a la reconstrucción nacional. Cerrando un perverso ciclo de nuestra historia y abriéndose a la democracia del Siglo XXI. 

Aún hoy y a redropelo de los datos objetivos: un gobierno en bancarrota material y moral, repudiado por nueve de cada diez venezolanos y prácticamente aislado de la comunidad internacional – Venezuela se está muriendo, reporta la revista TIME, con una foto de nuestro infierno en portada - y el caos y la anarquía pisándonos los talones, subsisten las dos visiones de la crisis y las dos perspectivas de acción, como acaba de ponerse de manifiesto en el comunicado de Fedecámaras, Consecomercio, Conindustria, IFEDEC y otros medios, organismos y personalidades venezolanas – llamando entre líneas a la concordia, al perdón y al olvido, incluso a la auto inculpación -  y la Proclama de Voluntad Popular proponiendo la conformación de un amplio movimiento de resistencia nacional contra la dictadura. El llamado a la paz del empresariado y algunos sectores políticos y mediáticos no puede menos que silenciar y pasar por alto el estado real del país, sacrificando incluso su propia legitimidad moral al reconocerse culpable de los desastres que hoy sufrimos, que en un incomprensible torcimiento de los hechos considera herencia “de los últimos cincuenta años” de vida democrática. 

Frente a esta auténtica abdicación al derecho constitucional a la legítima defensa de parte de sectores fundamentales de nuestra sociedad, tras diecisiete años cumplidos del asalto de la barbarie, un joven partido, Voluntad Popular, llama a las cosas por su nombre, rasga el velo de la supuesta legalidad del régimen, desnuda su naturaleza dictatorial, reconoce la inutilidad de insistir en mecanismos inmanentes al proyecto totalitario del castromadurismo y convoca a la conformación de un vasto movimiento nacional de resistencia con el fin de desalojar del Poder, cuanto antes, a quienes lo detentan y permitir el inicio de una transición hacia la democracia en Venezuela. No están solos: los acompaña la Asamblea Nacional conquistada por las fuerzas democráticas, absolutamente mayoritarias, otros partidos de igual o mayor trascendencia que hacen vida en la MUD, y tres personalidades señeras que no por azar han sido falsamente inculpadas, condenadas y/o acorraladas: Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma. Unirlos tras el proyecto de los miles de activistas de Voluntad Popular para hacer realidad el Movimiento de Resistencia Nacional y anclarlo en el corazón de los sectores populares es una magna empresa, que debe ser acometida sin tardanza con el auxilio de todos.

Hemos llegado al final del juego. La encrucijada no puede ser más clara e imperiosa: sometimiento o libertad, dictadura o democracia. No habrá paz mientras gobierne la violencia. No habrá convivencia, mientras gobierne el odio. No habrá reconciliación, mientras gobierne la injusticia. No habrá vida, mientras gobierne la muerte. Allea iacta est. La suerte está echada.

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