martes, 16 de agosto de 2016

Leopoldo López: ¿El Huber Matus venezolano?

LEOPOLDO LÓPEZ: ¿EL HUBER MATUS VENEZOLANO? 


"Supe, el mismo día en que Leopoldo López se entregara en prueba de inocencia a la policía política del régimen, que se le seguiría un juicio amañado, carente de toda auténtica juridicidad y se le convertiría en el chivo expiatorio de un régimen ilegítimo. Y que sin prueba de crimen alguno se le condenaría, como en su momento a Huber Matos en la Cuba castrista, para servir de amenaza viviente contra todo intento por zafarse de las garras dictatoriales del régimen."

Antonio Sánchez García @sangarccs



            La prueba más irrebatible de que Maduro es una marioneta de los Castro y su régimen una vulgar satrapía al servicio de la tiranía cubana la ha dado el circo procesal – forjado de la afiebrada voluntad de una justicia servil a los dictados del sistema – del líder de Voluntad Popular y factor esencial de la lucha contra la dictadura, Leopoldo López. Si Leopoldo no hubiera existido, hubieran tenido que inventarlo, como, guardando las debidas distancias, lo hiciera el estalinismo con las víctimas de los famosos “espectáculos procesales” de los años treinta contra todo aquel que Stalin consideraba un enemigo potencial suyo. Incluidos los familiares de varias generaciones de los auténticos revolucionarios y que extirpara de raíz, de las páginas de la historia soviética, a todas los dirigentes bolcheviques de la primera hora. Una pesadilla que llegó al extremo de borrar de las fotografías históricas de la Revolución de Octubre de 1917 al segundo líder detrás de Lenin, León Trotski, desterrado de la Unión Soviética en 1927 y perseguido por medio mundo hasta asesinarlo en 1940 por mano de un esbirro comunista español, Ramón Mercader, en su casa exilio de ciudad de México. Agregándole cientos de miles de pobres inocentes que hasta su último suspiro jamás supieron las razones que los llevaban al paredón y el exterminio. La historia como farsa, sus tribunales populares como horcas caudinas y el fusilamiento o la extinción en campos de exterminio la magna obra del tirano enloquecido. Fueron millones los que murieron en campos de concentración de mengua y abandono y cientos de miles los fusilados, luego de feroces torturas en los fosos de la muerte de Josef Stalin, por haberse cruzado en los delirios persecutorios del más feroz de los tiranos de la era moderna. Fue el famoso archipiélago Gulag denunciado por Aleksandr Solzhenitsyn. Y comparado con el cual Adolf Hitler fue un niño de pecho. Sus víctimas fueron muchísimo más numerosas que las de Hitler, sólo que no fueron judíos: fueron soviéticos de todas sus nacionalidades, que tuvieron la infeliz desgracia de atravesarse en las pesadillas personales del renacido Iván el Terrible.

            Ni esos brutales y masivos asesinatos ni el indecible sufrimiento de las víctimas del castrismo han sido “excesos” de una justicia demasiado puntillosa. Han sido la sistemática y necesaria aplicación del Terror de Estado sobre figuras emblemáticas, escogidas como modelos de la exhibición del horror que les espera a quienes osen enfrentarse a los nuevos tiranos. Fue el caso de Huber Matos en Cuba y es ahora el de Leopoldo López, Antonio Ledezma y los cientos de presos políticos que se consumen en las mazmorras del régimen venezolano.

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            Quien crea lo contrario, que lea las estremecedoras páginas de CÓMO LLEGÓ LA NOCHE , Revolución y condena de un idealista cubano.[1] Huber Matos, su autor, maestro de escuela y especialista en cultivo del arroz, se había unido al movimiento 26 de Julio, se integró a las guerrillas de Sierra Maestra, donde prestó invaluables servicios a la causa revolucionaria hasta convertirse en uno de sus mejores, más valientes y respetados comandantes en combate. Acompañó a Fidel Castro en su triunfal entrada a La Habana y recibió como reconocimiento a su valor y a su extraordinaria inteligencia estratégica el nombramiento de comandante militar de la región de Camagüey, la principal región ganadera de Cuba y zona de primer valor estratégico para la sobrevivencia material de la revolución.

            El profundo respeto que infundía su figura de hombre intachable y combatiente valeroso y desinteresado lo elevaron al primer rango de los héroes revolucionarios, junto al comandante Cienfuegos, Fidel Castro y el Che Guevara, las otras grandes figuras carismáticas de la revolución. Pero tanto él como el guajiro Cienfuegos se harían intolerables  para los otros dos líderes, Fidel y el Che: no eran comunistas, no tenían aspiraciones autocráticas ni tenían la menor intención de llegar a tenerlas. Eran demócratas y republicanos, en el más puro sentido del término, profundamente observantes de los ideales libertarios y se habían unido a las guerrillas llevados por esos ideales anti dictatoriales: desalojar a la dictadura batistiana e instaurar un régimen de libertades en Cuba, como los cubanos no hubieran conocido en toda sus historia moderna. Como por cierto lo fueran los millones de cubanos que se unieran a la insurrección popular que se extendiera por aldeas, pueblos y ciudades cubanas entre 1956 y 1958 – estudiantes, trabajadores, profesionales y amas de casa de toda suerte y condición - y les dieran al liderazgo conquistado a última hora por las guerrillas de la Sierra Maestra el derecho a la vanguardia en la construcción de la Cuba republicana y democrática. Sin siquiera imaginar que usurparían el poder concedido generosamente por el entusiasmado pueblo cubano para montar una tiranía marxista, la más feroz que hubieran conocido los cubanos y de la que no sería posible zafarse “ni en los próximos veinte años”, como señalara premonitoria pero ingenuamente el cuñado de Fidel Castro, Rafael Díaz Balart, en 1955, al negarse a suscribir la ley con que fueran amnistiados por el congreso cubano, “pues Fidel y su grupo son fascistas y si no se unirán a Hitler es porque está muerto y el fascismo fue derrotado, razón por la cual se colgarán del carro del comunismo soviético” – dijo palabras más palabras menos tres años antes del asalto de los Castro y el Che Guevara al Poder. Ni siquiera llegó a imaginarse que esa dictadura, la más feroz que no sólo hayan conocido los cubanos sino los latinoamericanos en toda su historia, llegaría impertérrita a cumplir los cincuenta y siete años de existencia, sin visos de ser derrotada, ahora que cuenta, además y en un insólito giro de la historia,  con el beneplácito del Departamento de Estado y del Vaticano. Sin una sola contraprestación y recibiendo la bendición papal del expolio de la que fuera la democrática y hoy sufrida Venezuela. 

            Pocos meses después del triunfo de la revolución, al comprender la deriva totalitaria a la que Fidel Castro y el Che Guevara empujaban a la Cuba liberada con su sacrificio, y desaparecido en muy extrañas circunstancias de un accidente de aviación nunca aclarado Camilo Cienfuegos, el otro demócrata de la partida, Huber Matos presentó la renuncia a su alto cargo. Lo hizo en los términos más respetuosos y sin otra intención que la de no hacerse cómplice del establecimiento de una tiranía castrocomunista en la isla, pensando en retirarse de toda actividad política. Bastó esa carta para que Fidel Castro desatara una feroz campaña de vilipendios, ofensas y falsas acusaciones, montara una verdadera insurrección popular contra su liderazgo, de la que Matos salvara sólo por la fidelidad que le guardaban sus hombres. No lo salvaron de un infamante proceso y una condena a veinte años de cárcel, durante los que sufriera las peores humillaciones, las más degradantes torturas y el más infamante tratamiento, salvándose de la muerte sólo por su incombustible integridad moral y su valerosa decisión de sobrevivir para denunciar ante el mundo las atrocidades de las mazmorras castristas. Producto de esa decisión fue la redacción y publicación de las memorias que comentamos.

            Supe, el mismo día en que Leopoldo López se entregara en prueba de total inocencia a la policía política del régimen, que se le seguiría un juicio amañado, carente de toda auténtica juridicidad y se le convertiría en el chivo expiatorio de un régimen ilegítimo, cuya justicia no es más que un parapeto totalitario al servicio de los detentores del Poder. Para nuestra inolvidable vergüenza, con el respaldo de las fuerzas armadas. Y que sin prueba de crimen alguno se le condenaría, como en su momento a Huber Matos, a ser la amenaza viviente contra todo intento por zafarse de las garras totalitarias del régimen.  Pero éste régimen no está al comienzo de su aventura, como en el momento del encarcelamiento y condena de Huber Matos. Está en su fase final. Agoniza, como lo señalara en su última portada la importante revista norteamericana Time. De modo que en lugar de ser la prueba aterradora de una amenaza hasta el fin de los tiempos, será el pre aviso de la reivindicación y del triunfo de la justicia y la libertad en Venezuela, de la que Leopoldo López será un ejemplo imborrable. Y el acicate imperecedero de la Resistencia. Los condenados serán ellos. Un juicio que la historia será la encargada de hacer cumplir. Que nadie lo dude.  

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