lunes, 12 de septiembre de 2016

¿De dónde son los fascistas?

¿DE DÓNDE SON LOS FASCISTAS?

 "Las placas tectónicas de civilidad que cubrían y sofrenaban el magma de nuestra barbarie se han desplazado por el influjo sísmico del chavismo: ahora afloran a la superficie de nuestra vida en sociedad dejando al desnudo las tripas de nuestro salvajismo. Deslastrarse de ese mal endémico no será fácil. Será una tarea ciclópea. Dios nos auxilie en el intento."
Antonio Sánchez García 

Twitter: @sangarccs




         
   1 Para nadie que haya seguido mi militancia opositora, de la que diera pruebas desde mis primeros escritos periodísticos y entrevistas aparecidas en medios nacionales e internacionales a comienzos del siglo, recién encumbrado al poder el nefasto teniente coronel, y haya leído mis libros, desde Dictadura o Democracia, Venezuela en la encrucijada, aparecido a comienzos del 2003 con el auspicio de jóvenes profesionales liberales que recién se integraban a la lucha anti chavista y de viejos y notables políticos e intelectuales venezolanos, forjados en la lucha contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, como Simón Alberto Consalvi, Pompeyo Márquez, Américo Martín y jóvenes recién incorporados a la lucha por la democracia, como Julio Borges y sus compañeros de la recién fundada PRIMERO JUSTICIA, ha sido un secreto mi proveniencia de izquierdas, mi ardorosa militancia en el MIR chileno, mi práctica académica en el post grado de filosofía dando a conocer a los fundadores del llamado socialismo científico y a los más grandes de sus intelectuales, como Antonio Gramsci, Rosa Luxemburg y Georgi Lukács. Como tampoco lo ha sido mi experiencia académica e investigativa junto a grandes pensadores de proveniencia marxista, como Herbert Marcuse y Jürgen Habermas, con quienes tuviera el altísimo honor de colaborar durante el tiempo que pasé en el Max Planck Institut, de Starnberg, Alemania a raíz de mi exilio tras el golpe de estado de Augusto Pinochet. 
           En esta tarea de emancipación teórica y práctica de la nefasta hegemonía derivada del estalinismo, que hiciera escarnio de la función crítica del marxismo originario y derivara en la fundamentación del llamado Diamat, el materialismo dialéctico convertido en religión de Estado del totalitarismo soviético y todas sus derivaciones, he hecho suficiente mención autocrítica de esa formación intelectual, a la que debo, no obstante, las formidables enseñanzas de la llamada Teoría Critica, creada por la Escuela de Francfort, fundada y dirigida desde fines de los años veinte y comienzos de los treinta del siglo pasado por Theodor Adorno y Max Horkheimer,   dos pensadores judeoalemanes a los que se deben los análisis más logrados y perspicaces sobre la Dialéctica de la ilustración, título de una de sus obras esenciales, análisis de la alienación producto del iluminismo y el profundo conocimiento de la llamada “personalidad autoritaria”, de la que hacen derivar el nazismo y el fascismo. Su tesis es de una abrumadora y aterrante simpleza: el progreso conduce inexorablemente hacia la regresión. La barbarie es más poderosa que la civilidad, la violencia que la razón.   
     
2 Recientemente hice mención tanto de la teoría críticacomo del marxismo en referencia a la caracterización del fascismo – un fenómeno jamás abordado en nuestro país como para desentrañar las profundas razones de la aparentemente insuperable influencia del pensamiento totalitario y proto fascista de izquierdas en nuestra región y que ha brotado con singular virulencia bajo la mascarada del “socialismo del Siglo XXI” – ante una pregunta que me formulara el periodista Jolguer Rodríguez en su columna Ping Pong de El Nacional. Ante su pregunta “¿de donde son los fascistas?” respondí: “Según la teoría crítica, de la ‘personalidad autoritaria’, según los marxistas observantes, del gran capital en su fase imperialista, según mi parecer, de la barbarie que subyace a la cultura.” (El Nacional, 3 de septiembre, 2016).

            Mi decisión de tocar e impugnar los temas que lastraran intelectualmente a nuestras generaciones y que han sido suficientemente encaradas por quienes, como Octavio Paz, en el pasado, y Enrique Krauze o Mario Vargas Llosa en el presente – dos de los más ilustrados y prominentes pensadores liberales de la actualidad – a quienes debemos una ardorosa defensa de nuestra causa libertaria y una implacable autocrítica sobre un período trágico de nuestra historia, abierto por acción del castro comunismo cubano y su versión guevarista – no ha tenido por objeto otra intención que delimitar los campos de responsabilidad que deben ser aireados y debatidos por la intelectualidad latinoamericana y, en particular, venezolana, ante los devastadores efectos de la entrega de nuestra soberanía al expansionismo cubano y el injerencismo de sus peones del Foro de Sao Paulo. Cuyos desastres ya comienzan a pasar factura en Argentina, en Brasil, en Perú y pronto lo serán en Chile, en Bolivia y en Ecuador.

             Por desgracia, dicha tarea emancipadora, que debiera llevarse a cabo “sine ira et studio”,  debe tener lugar en medio de nuestro ardoroso enfrentamiento cotidiano con el monstruo totalitario que anima en las entrañas del castrocomunismo venezolano, agravado tras ser anexionado por la tiranía cubana y su alianza espuria y delictual con los altos mandos de las fuerzas armadas y las fuerzas marxistas negadas a la aeración y debate de sus viejas y ya trasnochadas posiciones. Un loable esfuerzo iniciado con la ruptura epistemológica con el estalinismo soviético llevada a cabo por Teodoro Petkoff, muerta en ciernes. Y que debe ejercitarse, además, en un permanente enfrentamiento práctico con las desviaciones, errores y carencias de cultura y formación ideológica de una oposición que no termina por comprender la naturaleza totalitaria e invasiva del régimen y el peligro que enfrentamos, así como de aprehender en toda su amplitud y significado el feroz embate dictatorial y totalitario que nos abruma y – hélas – no deja de hacer mella en comportamientos inquisitoriales, gratuitos y difamadores de quienes creyéndose opositores carecen de la más elemental cultura intelectual o política, y creen que basta con el liviano manejo de las redes y la negación radical de un fenómeno que ni siquiera están en capacidad de desentrañar para contribuir a la victoria de las fuerzas verdaderamente liberales y democráticas. Que constituyen, bueno es decirlo, el músculo vital de las fuerzas opositoras. La tragedia de las crisis de excepción es que castigan por igual a amigos y enemigos, al decir de Carl Schmitt. 

           3  Si  mi tesis tuviera alguna relevancia, y tras del fascismo chavista se comprendiera el sustrato de barbarie que subyace a la formación sociopolítica venezolana desde los comienzos mismos de la formación republicana y la Guerra a Muerte y que, regurgitada, reciclada e inducida por las actuales autoridades, ha permitido el afloramiento de brutales prácticas de barbarie que parecían absolutamente superadas en el inconsciente colectivo nacional, nos encontraríamos ante un grave problema. ¿Cómo entender en un contexto que no de cuenta del brutal odio y enfrentamiento de clases propiciado por el castrochavismo, las brutales prácticas del horror hamponil que sacude a nuestra sociedad? ¿O es que las degollinas matarifes que comienzan a ser habituales, en una forma de sadismo, impiedad y crueldad aterradores, que van mucho más allá de conformarse con el asesinato de la víctima, que tras ser ultimada debe ser descuartizada para poner de manifiesto su absoluta animalidad, no son el reflejo del odio hacia los semejantes que piensen distinto a los detentores del Poder, tras del cual la narrativa del terrorismo de Estado sobre la oposición es práctica banal, corriente y cotidiana? ¿Quién comenzó esgrimiendo la amenaza de freír cabezas opositoras para despertar al monstruo adormecido de nuestra barbarie, de modo a asaltar el Poder con la benevolencia de quienes guardan en su inconsciente las pavorosas prácticas de tiempos salvajes? ¿Cuándo, en la Venezuela democrática que ya parece prehistórica, nos encontrábamos cabezas tiradas a las aceras o troncos descabezados en bolsas de basura?
            
Transitan por las redes imágenes espeluznantes, que van desde la orgullosa y sonriente exhibición de la cabeza del enemigo hasta cadáveres descabezados a los cuales se les ha tasajeado el abdomen para incrustar en él sus macheteadas cabezas. ¿Con qué otro fin que no sea la máxima exhibición de barbarie, el amedrentamiento del horror y la infinita crueldad de hampones sin principios, sin Dios ni Ley, que cuentan con la absoluta impunidad, incluso el respaldo de un gobierno más preocupado por castigar a la oposición que en combatir a sus socios del hamponato? ¿No es la lógica consecuencia de un régimen que ha hecho escarnio de los derechos humanos, de la justicia, del orden y la solidaridad? ¿No es el culto a la muerte del que se sirve el chavismo para mantener una mínima coherencia en su adoración a quien nos empujara a los abismos de la barbarie?

             Venezuela sufre de la más grave y terrible de las pestes de la modernidad: el fascismo marxista. Que comenzó como mera expresión de rechazo al poder de la democracia en crisis, siguió con un motín de cruentas e inútiles consecuencias, prosiguió con dos golpes de Estado que no encontraron repudio ni castigo, y no ha parado desde entonces hasta devastar todas las certidumbres, todos los hábitos de sociabilidad y todo respeto por los semejantes. Llevándose por delante décadas de cultura, civilización y progreso. Las placas tectónicas que cubrían y sofrenaban el magma de nuestra barbarie se han desplazado por el influjo sísmico del chavismo: ahora afloran a la superficie de nuestra vida en sociedad dejando al desnudo las tripas de nuestro salvajismo.

            Deslastrarse de ese mal endémico no será fácil. Será una tarea ciclópea. Dios nos auxilie en el intento.

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