¿DE DÓNDE SON LOS FASCISTAS?
"Las
placas tectónicas de civilidad que cubrían y sofrenaban el magma de
nuestra barbarie se han desplazado por el influjo sísmico del chavismo:
ahora afloran a la superficie de nuestra vida en sociedad dejando al
desnudo las tripas de nuestro salvajismo. Deslastrarse de ese mal
endémico no será fácil. Será una tarea ciclópea. Dios nos auxilie en el
intento."
Antonio Sánchez García
Twitter: @sangarccs
1 Para nadie que haya seguido mi militancia opositora, de la
que diera pruebas desde mis primeros escritos periodísticos y
entrevistas aparecidas en medios nacionales e internacionales a
comienzos del siglo, recién encumbrado al poder el nefasto teniente
coronel, y haya leído mis libros, desde Dictadura o Democracia, Venezuela en la encrucijada,
aparecido a comienzos del 2003 con el auspicio de jóvenes profesionales
liberales que recién se integraban a la lucha anti chavista y de viejos
y notables políticos e intelectuales venezolanos, forjados en la lucha
contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, como Simón Alberto
Consalvi, Pompeyo Márquez, Américo Martín y jóvenes recién incorporados a
la lucha por la democracia, como Julio Borges y sus compañeros de la
recién fundada PRIMERO JUSTICIA, ha sido un secreto mi proveniencia de
izquierdas, mi ardorosa militancia en el MIR chileno, mi práctica
académica en el post grado de filosofía dando a conocer a los fundadores
del llamado socialismo científico y a los más grandes de sus
intelectuales, como Antonio Gramsci, Rosa Luxemburg y Georgi Lukács.
Como tampoco lo ha sido mi experiencia académica e investigativa junto a
grandes pensadores de proveniencia marxista, como Herbert Marcuse y
Jürgen Habermas, con quienes tuviera el altísimo honor de colaborar
durante el tiempo que pasé en el Max Planck Institut, de Starnberg,
Alemania a raíz de mi exilio tras el golpe de estado de Augusto
Pinochet.
En esta tarea de emancipación teórica y práctica de la nefasta
hegemonía derivada del estalinismo, que hiciera escarnio de la función
crítica del marxismo originario y derivara en la fundamentación del
llamado Diamat, el materialismo dialéctico convertido en religión de
Estado del totalitarismo soviético y todas sus derivaciones, he hecho
suficiente mención autocrítica de esa formación intelectual, a la que
debo, no obstante, las formidables enseñanzas de la llamada Teoría
Critica, creada por la Escuela de Francfort, fundada y dirigida desde
fines de los años veinte y comienzos de los treinta del siglo pasado por
Theodor Adorno y Max Horkheimer, dos pensadores judeoalemanes a los
que se deben los análisis más logrados y perspicaces sobre la Dialéctica de la ilustración,
título de una de sus obras esenciales, análisis de la alienación
producto del iluminismo y el profundo conocimiento de la llamada
“personalidad autoritaria”, de la que hacen derivar el nazismo y el
fascismo. Su tesis es de una abrumadora y aterrante simpleza: el
progreso conduce inexorablemente hacia la regresión. La barbarie es más
poderosa que la civilidad, la violencia que la razón.
2 Recientemente hice mención tanto de la teoría críticacomo del marxismo en
referencia a la caracterización del fascismo – un fenómeno jamás
abordado en nuestro país como para desentrañar las profundas razones de
la aparentemente insuperable influencia del pensamiento totalitario y
proto fascista de izquierdas en nuestra región y que ha brotado con
singular virulencia bajo la mascarada del “socialismo del Siglo XXI” –
ante una pregunta que me formulara el periodista Jolguer Rodríguez en su
columna Ping Pong de El Nacional. Ante su pregunta “¿de donde son los
fascistas?” respondí: “Según la teoría crítica, de la ‘personalidad
autoritaria’, según los marxistas observantes, del gran capital en su
fase imperialista, según mi parecer, de la barbarie que subyace a la
cultura.” (El Nacional, 3 de septiembre, 2016).
Mi decisión de tocar e impugnar los temas que lastraran
intelectualmente a nuestras generaciones y que han sido suficientemente
encaradas por quienes, como Octavio Paz, en el pasado, y Enrique Krauze o
Mario Vargas Llosa en el presente – dos de los más ilustrados y
prominentes pensadores liberales de la actualidad – a quienes debemos
una ardorosa defensa de nuestra causa libertaria y una implacable
autocrítica sobre un período trágico de nuestra historia, abierto por
acción del castro comunismo cubano y su versión guevarista – no ha
tenido por objeto otra intención que delimitar los campos de
responsabilidad que deben ser aireados y debatidos por la
intelectualidad latinoamericana y, en particular, venezolana, ante los
devastadores efectos de la entrega de nuestra soberanía al expansionismo
cubano y el injerencismo de sus peones del Foro de Sao Paulo. Cuyos
desastres ya comienzan a pasar factura en Argentina, en Brasil, en Perú y
pronto lo serán en Chile, en Bolivia y en Ecuador.
Por desgracia, dicha tarea emancipadora, que debiera llevarse
a cabo “sine ira et studio”, debe tener lugar en medio de nuestro
ardoroso enfrentamiento cotidiano con el monstruo totalitario que anima
en las entrañas del castrocomunismo venezolano, agravado tras ser
anexionado por la tiranía cubana y su alianza espuria y delictual con
los altos mandos de las fuerzas armadas y las fuerzas marxistas negadas a
la aeración y debate de sus viejas y ya trasnochadas posiciones. Un
loable esfuerzo iniciado con la ruptura epistemológica con el
estalinismo soviético llevada a cabo por Teodoro Petkoff, muerta en
ciernes. Y que debe ejercitarse, además, en un permanente enfrentamiento
práctico con las desviaciones, errores y carencias de cultura y
formación ideológica de una oposición que no termina por comprender la
naturaleza totalitaria e invasiva del régimen y el peligro que
enfrentamos, así como de aprehender en toda su amplitud y significado el
feroz embate dictatorial y totalitario que nos abruma y – hélas – no
deja de hacer mella en comportamientos inquisitoriales, gratuitos y
difamadores de quienes creyéndose opositores carecen de la más elemental
cultura intelectual o política, y creen que basta con el liviano manejo
de las redes y la negación radical de un fenómeno que ni siquiera están
en capacidad de desentrañar para contribuir a la victoria de las
fuerzas verdaderamente liberales y democráticas. Que constituyen, bueno
es decirlo, el músculo vital de las fuerzas opositoras. La tragedia de
las crisis de excepción es que castigan por igual a amigos y enemigos,
al decir de Carl Schmitt.
3 Si mi tesis tuviera alguna relevancia, y tras del fascismo
chavista se comprendiera el sustrato de barbarie que subyace a la
formación sociopolítica venezolana desde los comienzos mismos de la
formación republicana y la Guerra a Muerte y que, regurgitada, reciclada
e inducida por las actuales autoridades, ha permitido el afloramiento
de brutales prácticas de barbarie que parecían absolutamente superadas
en el inconsciente colectivo nacional, nos encontraríamos ante un grave
problema. ¿Cómo entender en un contexto que no de cuenta del brutal odio
y enfrentamiento de clases propiciado por el castrochavismo, las
brutales prácticas del horror hamponil que sacude a nuestra sociedad? ¿O
es que las degollinas matarifes que comienzan a ser habituales, en una
forma de sadismo, impiedad y crueldad aterradores, que van mucho más
allá de conformarse con el asesinato de la víctima, que tras ser
ultimada debe ser descuartizada para poner de manifiesto su absoluta
animalidad, no son el reflejo del odio hacia los semejantes que piensen
distinto a los detentores del Poder, tras del cual la narrativa del
terrorismo de Estado sobre la oposición es práctica banal, corriente y
cotidiana? ¿Quién comenzó esgrimiendo la amenaza de freír cabezas
opositoras para despertar al monstruo adormecido de nuestra barbarie, de
modo a asaltar el Poder con la benevolencia de quienes guardan en su
inconsciente las pavorosas prácticas de tiempos salvajes? ¿Cuándo, en la
Venezuela democrática que ya parece prehistórica, nos encontrábamos
cabezas tiradas a las aceras o troncos descabezados en bolsas de basura?
Transitan por las redes imágenes espeluznantes, que van desde
la orgullosa y sonriente exhibición de la cabeza del enemigo hasta
cadáveres descabezados a los cuales se les ha tasajeado el abdomen para
incrustar en él sus macheteadas cabezas. ¿Con qué otro fin que no sea la
máxima exhibición de barbarie, el amedrentamiento del horror y la
infinita crueldad de hampones sin principios, sin Dios ni Ley, que
cuentan con la absoluta impunidad, incluso el respaldo de un gobierno
más preocupado por castigar a la oposición que en combatir a sus socios
del hamponato? ¿No es la lógica consecuencia de un régimen que ha hecho
escarnio de los derechos humanos, de la justicia, del orden y la
solidaridad? ¿No es el culto a la muerte del que se sirve el chavismo
para mantener una mínima coherencia en su adoración a quien nos empujara
a los abismos de la barbarie?
Venezuela sufre de la más grave y terrible de las pestes de
la modernidad: el fascismo marxista. Que comenzó como mera expresión de
rechazo al poder de la democracia en crisis, siguió con un motín de
cruentas e inútiles consecuencias, prosiguió con dos golpes de Estado
que no encontraron repudio ni castigo, y no ha parado desde entonces
hasta devastar todas las certidumbres, todos los hábitos de sociabilidad
y todo respeto por los semejantes. Llevándose por delante décadas de
cultura, civilización y progreso. Las placas tectónicas que cubrían y
sofrenaban el magma de nuestra barbarie se han desplazado por el influjo
sísmico del chavismo: ahora afloran a la superficie de nuestra vida en
sociedad dejando al desnudo las tripas de nuestro salvajismo.
Deslastrarse de ese mal endémico no será fácil. Será una tarea ciclópea. Dios nos auxilie en el intento.
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