martes, 6 de septiembre de 2016

Fin del partido: Enfrentamiento y desacato

FIN DEL PARTIDO:
ENFRENTAMIENTO Y DESACATO

Se enfrentan, pues, un Poder real emanado del pueblo – la Asamblea Nacional - con una ficción parida por la írrita voluntad del ilegítimo presidente de la república y sus pandillas : el TSJ. Tan es así, que el “Kronjurist” del régimen, Hermann Escarrá, ha señalado inequívocamente que la autoridad de los miembros de la Asamblea y, por ende, sus disposiciones, decretos y leyes dictadas en el ejercicio de sus legítimos cargos, no pueden ser cuestionados ni revocados por ese mamarracho constitucional de este espurio e ilegítimo tribunal fantasma.

Antonio Sánchez García 

@sangarccs



            EL 6D, LA GRAN MARCHA y VILLA ROSA acotaron los términos del enfrentamiento entre el régimen, su gobierno dictatorial y el pueblo democrático. Más evidencias y de mayor calado, imposible: el gigante ha despertado, se ha puesto en marcha y ha terminado por acorralar en sus últimos bastiones a la pandilla que usurpa el Poder. Ante la irreversible y progresiva gravedad de la crisis de todo orden que paraliza al país, nos encontramos en la etapa final de este largo y accidentado enfrentamiento entre la dictadura y la democracia, a la espera del desenlace.  Que no puede ser ni será otro que el desalojo de la dictadura. No es el comienzo del fin ni el fin del comienzo: es el fin del fin. Hagan las apuestas.

            La decisión del régimen debe estar tomada: a juzgar por todos los indicios no cumplirá con la obligación constitucional de celebrar el RR este mismo año. Insiste en mantenerse en el Poder contra todas las determinaciones constitucionales. Y la más importante de ellas: la voluntad soberana del pueblo, que en su inmensa y aplastante mayoría exige el desalojo de Nicolás Maduro y su tinglado dictatorial al más corto plazo. Con lo cual procede a dar pruebas de un primer desacato a la legalidad. Sin dinero, sin medios y sin el respaldo de la calle, ¿cuáles son los recursos con que cuentan Nicolás Maduro y su pandilla, máximos responsables de la crisis humanitaria y de gobernabilidad? En primer lugar, la asistencia y respaldo de todo orden prestado por la tiranía cubana que los somete y controla. Y cuya sobrevivencia le es existencialmente necesaria, así ya extienda sus brazos mendicantes y limosneros hacia Putin, a ver si le vende petróleo a precios especiales. Que los rusos no son idiotas y no le regalarán ni un sólo barril. Nadie en el mundo más mala paga que el castrismo. Para eso, para regalar lo ajeno, sólo los chavistas. Pues ya debiera estar meridianamente claro – así Washington y el Vaticano se hagan los desentendidos – que el gobierno de Nicolás Maduro es una satrapía al servicio de los Castro.  Y que el régimen articula sus distintos tentáculos según las ordenanzas provenientes de La Habana. Tentáculos de los cuales las fuerzas armadas bajo control de Vladimir Padrino, en primer lugar, y el TSJ, parido por el calenturiento cerebro de Raúl Castro, en segundo lugar, son los pivotes esenciales de sostenimiento.

            Al parecer, y tras las descomunales manifestaciones de poderío expresadas el 6 de diciembre, el 1 de septiembre y el sismo de mediana intensidad de Villa Rosa – que presagia réplicas de infinita mayor intensidad -  el respaldo de las fuerzas armadas debe encontrarse en veremos. Nadie se abraza a un ahogado atado a un riel en medio de un mar tempestuoso. Ya resuena desde el más allá, entre los nubarrones de tormenta: “Vámonos, general, que el pescuezo no retoña”. Lo cual significa que la salida gorila, que sería el sueño de Raúl Castro, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Tarek El Aissami, debe ser considerada cancelada. Más temprano que tarde, los senderos de la sociedad civil y del mundo militar volverán a encontrarse. Para bien de unos y otros. Ni las fuerzas armadas pueden seguir cargando con el bacalao de sus narco generales, ni la sociedad civil arriesgando más vidas.

            En el contexto de una acelerada pérdida de respaldo internacional y acuciado por la necesidad de aparentar cierta institucionalidad, el régimen apuesta a un conflicto de poderes. Fracasado de plano su intento por empatar el juego de las marchas, del que salió hundido en el ridículo del anciano portavoz, temblequeante y ya decrépito; arrollado su intento de congraciarse con el pueblo repintando unas viviendas construidas durante la Cuarta en Villa Rosa, que pudo haberle costado disgustos cruelmente mayores, Maduro recurre al ajedrez institucional: TSJ contra Asamblea Nacional.

Olvida y pisotea lo esencial: la Asamblea es producto de un empoderamiento constitucionalmente válido e irrevocable otorgado por el soberano el 6 de diciembre de 2015, con la misma mayoritaria y abrumadora voluntad expresada el 1 de septiembre de 2016. El TSJ, muy por el contrario, es un poder derivado violando todas las disposiciones constitucionales y sin siquiera atender a las normas establecidas constitucionalmente para lapsus y requisitos del nombramiento de los más altos magistrados. Se enfrentan, pues, un poder emanado del pueblo con una ficción parida por la írrita voluntad del cuestionado presidente de la república. Tan es así, que el “kronjurist” del régimen, Hermann Escarrá, ha señalado inequívocamente que la autoridad de los miembros de la Asamblea y, por ende, sus disposiciones en el ejercicio de sus legítimos cargos, no pueden ser cuestionados por ese mamarracho constitucional de este espurio e ilegítimo TSJ.

            Hago mías las serias objeciones manifestadas contra la actitud y comportamiento de la actual Asamblea Nacional y los desplantes de su presidente, por el historiador Elías Pino Iturrieta en su importante artículo del domingo pasado en este mismo periódico. Ha sido la propia asamblea la que ha permitido sean burladas y menospreciadas sus intransferibles atribuciones y haya realizado promesas que no ha sido capaz de cumplir. Olvidando que ese poder emanado del soberano tuvo muy precisas encomiendas: liberar a los presos políticos, abrirles las puertas a los exiliados y desalojar al presidente de la República, ilegítimo por origen y desempeño. No es venezolano, según ordena la Constitución. De modo que, indistintamente de la última disposición de este írrito TSJ, ninguna de las leyes y disposiciones emanadas de la AN han tenido el más mínimo efecto.

            Le corresponde a esta asamblea y a todos los miembros elegidos por el soberano, sin distingos de partidos ni personalidades pues fueron elegidos en un acto de repudio generalizado a Nicolás Maduro, ponerse a tono con el soberano, magnífico protagonista de LA GRAN MARCHA y del repudio callejero a Nicolás Maduro escenificado en la isla de Margarita. Su primera obligación es imponer su legítima autoridad y desconocer la írrita autoridad de este TSJ. Y proceder a cumplir con el compromiso jurado cuando fueran electos: servir a la recuperación plena del Estado de Derecho, desalojar por ley o decreto a Nicolás Maduro y liberar a los presos políticos. Para ello cuenta con el respaldo de millones y millones de venezolanos. Todo lo demás es cuento.

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