UNA VEZ MÁS:
INTERPRETANDO A JORGE ALEJANDRO BERGOGLIO
No
malinterpretamos el mensaje de Su Santidad. Lo tomamos al pie de la
letra. No se trata de desconocer su ministerio. Se trata de defender
nuestros principios. No se trata de someterse a las normas que impone la
dictadura. Se trata de defender la Libertad. El problema no es de
interpretación. Como diría Hegel: es asunto de la cosa misma.
Antonio Sánchez García
Twitter: @sangarccs
A la CEV
¿Se malinterpreta a Su Santidad Francisco I, Jorge Alejandro Bergoglio,
cuando se le critica por su aparente neutralidad ante la tragedia que
sufrimos los venezolanos bajo la dictadura de Nicolás Maduro? No es
grato volver una vez más a tratar un tema de tanta trascendencia para el
destino de nuestra sociedad, pero ante las críticas expresadas por
nuestros arzobispos contra quienes, supuestamente, malinterpretamos su
mensaje, es de rigor referirse a dichas pretendidas malinterpretaciones.
Y poner las cosas en su sitio.
Digamos
de inicio, y con todo el respeto que merece un tema de tan alta
importancia, que es prácticamente imposible malinterpretar al papa
Francisco en todo lo que atañe a Venezuela: es de una llaneza, de una
franqueza y de una claridad que no deja lugar a dudas. Y nadie podría
decir que no es fiel a sus deseos y pensamientos. Lo ha dicho hasta la
saciedad y con suficientes fundamentos, así sean genéricos y no se
refieran a un conflicto específico: ante los conflictos, diálogo; ante
los enfrentamientos, puentes; ante las crisis, diplomacia. ¿Alguien
podría estar en desacuerdo con tan justos postulados?
No es, pues, allí en donde radica el problema entre SS Francisco y el
pueblo opositor venezolano. Que existe, es un hecho objetivo y doloroso,
y quien no lo crea que salga a la calle y pregunte por la opinión que
le merecen las iniciativas, palabras y posiciones papales respecto de la
tragedia venezolana.
El
problema radica en la absoluta neutralidad y equidistancia que
presupone esa su filosofía política, en la ontológica indiferencia
valórica de su teología de conflictos, en la asepsia con la que trata de
los principios en juego de los factores confrontados.
El
problema se presenta ante la impecable distancia papal frente a la
naturaleza de los antagonismos en juego. Se trata de simples vectores, A
vs B, cuyas diferencias no parecieran tocar asuntos esenciales – como
la libertad de credos, de prensa, de emprendimiento, de propiedad, de
derechos humanos – sino a asuntos perfectamente resolubles sobre una
mesa de diálogo. Problema de cantidades, no de calidades.
Un
asunto de voluntad más que de intereses, de disposición, más que de
casos de sometimiento, y frente a los cuales basta sentar a los
contrincantes en una mesa de entendimientos para que se entiendan. Y
facilitarles un puente para que transiten unos a otros y se abracen en
las riveras contrarias.
Es
tan brutal el desmentido cotidiano a una visión tan pastoril y
pasteurizada de nuestros enfrentamientos, tan cruenta y sanguinaria la
intervención de las fuerzas armadas - violando los más elementales
principios constitucionales, que les ordenan mantenerse al margen de
toda toma de partido político y ser estrictos defensores de la soberanía
nacional y el orden público - y tan dolorosas las muertes de nuestros
hijos, provocados por la absoluta indisposición del régimen a abandonar
su intento por imponernos un régimen tiránico y totalitario, que cabe
preguntarse si Su Santidad no alcanza a tener conocimiento de ellos. ¿O
medio centenar de asesinatos de niños y jóvenes no son prueba suficiente
del absoluto desinterés del gobierno por aceptar los reclamos de la
población y proceder a sofrenar la bestialidad de sus ejecutorias? Vale
decir: ¿a renunciar a imponernos un régimen castrocomunista en
Venezuela? ¿Aún no se entera del rechazo de nuestros arzobispos y de
millones y millones de ciudadanos a entramparse en un diálogo cuya única
finalidad ha sido y será invalidarnos y ganar tiempo para terminar de
someternos a sus delirantes propósitos totalitarios y anti cristianos?
¿Es
posible que los encargados de los asuntos internacionales del Vaticano
aún no le hayan informado que, como lo acaba de reafirmar el Dr. Moisés
Naim en un lacerante artículo publicado en el periódico El País, de
España, el 14 de mayo pasado, el gobierno de Nicolás Maduro no detenta
el poder de facto de nuestro país, pues él se encuentra subordinado y
atado de pies y manos a las determinaciones de Raúl Castro y los
intereses del gobierno cubano? ¿Que Venezuela es en los hechos aunque en
forma subrepticia y perversa una colonia del régimen tiránico imperante
en Cuba? (http://elpais.com/elpais/2017/05/13/opinion/1494697154_543336.html).
El grave problema de este imposible entendimiento surge al
considerar que tanto la idea del puente como la insistencia en el
diálogo presuponen desconocer y/o negar el talante y la naturaleza de
los factores enfrentados, poner en una misma balanza a quienes asesinan
con quienes son asesinados, a quienes encarcelan, con quienes son
encarcelados, a quienes disponen y hacen uso de su aplastante
parafernalia bélica asesinando diariamente a jóvenes manifestantes,
incluso niños, enfrentándose con crueldad y saña con quienes están
desarmados y resultan sus víctimas. ¿Poner de acuerdo a quienes se
subordinan a un poder extranjero, como el cubano, con quienes defienden
su idiosincrasia, Venezuela? ¿A quienes imponen la guerra para avasallar
a los ciudadanos sometiéndolos a un régimen político ajeno a sus
creencias, hábitos, usos y costumbres existenciales - el castrocomunismo
- con quienes dan sus vidas en búsqueda de la paz, el entendimiento, la
solidaridad y el reencuentro de su identidad: la democracia? ¿Abrazarse
el bien y el mal? ¿Dios y el diablo?
Lo cual termina por hacer saltar por los aires esa aséptica
disposición a buscar equilibrios entre factores antinómicos, antagónicos
e incompatibles: pretender acordar a quienes son enemigos confesos y
jurados de toda religión, pues para ellos las religiones son el opio del
pueblo, con quienes están dispuestos a dar sus vidas por defender sus
creencias, y de ellas la mayor: su fe en Dios. ¿Puede la máxima
autoridad del cristianismo poner en una misma balanza a sus fieles y a
sus enemigos?
Desde luego que estamos ante un vuelco epistemológico, ético y
moral de 180 grados respecto de la tradicional teología política del
Vaticano. Lo que produce confusión y desconcierto. Que no sólo modifica
el comportamiento de los anteriores papas de la cristiandad, y muy en
particular el de Juan Pablo II respecto del comunismo, al que se
enfrentara sin una gota de vacilación o de dudas, contribuyendo de
manera irreprochable a su desaparición, sino las enseñanzas evangélicas
mismas. ¿O alguien podría considerar neutral el comportamiento de Pablo
de Tarso ante el Imperio Romano y el Judaísmo? ¿Incluso ante los tibios?
¿O siquiera imaginar a Judas proponiéndole a Jesús en la última cena
un diálogo con Caifás o un puente con Poncio Pilatos?
El cristianismo se impuso en el mundo gracias a esa extraña
combinación de irrenunciable prédica por el amor universal y la
militante oposición y rechazo del odio idiosincrático. En todos los
ámbitos de la vida social. Sin concupiscencias. ¿Vivimos la consecución
de los afanes milenaristas como para volverle la espalda a nuestras
obligaciones teológicas?
Para
mi será inolvidable la conversación que sostuviera con el cardenal
Rosalio Castillo Lara a propósito de las obligaciones que él consideraba
debían ser asumidas por la feligresía ante el asalto de la barbarie
chavista en Venezuela y en la que me pusiera como ejemplo las tareas que
les imponía el Papa Pablo VI a quienes, como él, se encontraban en Roma
en tiempos del indetenible ascenso del Partido Comunista Italiano,
enemigo jurado de nuestra Iglesia, luego del fin de la II Guerra
Mundial: cubrirse la tonsura con una boina y salir a medianoche a pegar
carteles contra el comunismo italiano. Tomar partido en un momento de
definiciones existenciales. No necesito imaginarme su reacción ante las
santas propuestas de Jorge Alejandro Bergoglio frente al castrocomunismo
que hoy nos aplasta.
No malinterpretamos el mensaje de Su Santidad. Lo tomamos al
pie de la letra. No se trata de desconocer su ministerio. Se trata de
defender nuestros principios. No se trata de someterse a las normas que
impone la dictadura. Se trata de defender la Libertad. El problema no es
de interpretación. Como diría Hegel: es asunto de la cosa misma.
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