viernes, 19 de mayo de 2017

UNA VEZ MÁS: INTERPRETANDO A JORGE ALEJANDRO BERGOGLIO

UNA VEZ MÁS:

INTERPRETANDO A JORGE ALEJANDRO BERGOGLIO

No malinterpretamos el mensaje de Su Santidad. Lo tomamos al pie de la letra. No se trata de desconocer su ministerio. Se trata de defender nuestros principios. No se trata de someterse a las normas que impone la dictadura. Se trata de defender la Libertad. El problema no es de interpretación. Como diría Hegel: es asunto de la cosa misma.
Antonio Sánchez García 
 
 
Twitter: @sangarccs

 A la CEV

            ¿Se malinterpreta a Su Santidad Francisco I, Jorge Alejandro Bergoglio, cuando se le critica por su aparente neutralidad ante la tragedia que sufrimos los venezolanos bajo la dictadura de Nicolás Maduro? No es grato volver una vez más a tratar un tema de tanta trascendencia para el destino de nuestra sociedad, pero ante las críticas expresadas por nuestros arzobispos contra quienes, supuestamente,  malinterpretamos su mensaje, es de rigor referirse a dichas pretendidas malinterpretaciones. Y poner las cosas en su sitio.

Digamos de inicio, y con todo el respeto que merece un tema de tan alta importancia, que es prácticamente imposible malinterpretar al papa Francisco en todo lo que atañe a Venezuela: es de una llaneza, de una franqueza y de una claridad que no deja lugar a dudas. Y nadie podría decir que no es fiel a sus deseos y pensamientos. Lo ha dicho hasta la saciedad y con suficientes fundamentos, así sean genéricos y no se refieran a un conflicto específico: ante los conflictos, diálogo; ante los enfrentamientos, puentes; ante las crisis, diplomacia. ¿Alguien podría estar en desacuerdo con tan justos postulados?

            No es, pues, allí en donde radica el problema entre SS Francisco y el pueblo opositor venezolano. Que existe, es un hecho objetivo y doloroso,  y quien no lo crea que salga a la calle y pregunte por la opinión que le merecen las iniciativas, palabras y posiciones papales respecto de la tragedia venezolana.

El problema radica en la absoluta neutralidad y equidistancia que presupone esa su filosofía política, en la ontológica indiferencia valórica de su teología de conflictos, en la asepsia con la que trata de los principios en juego de los factores confrontados.

El problema se presenta ante la impecable distancia papal frente a la naturaleza de los antagonismos en juego.  Se trata de simples vectores, A vs B, cuyas diferencias no parecieran tocar asuntos esenciales – como la libertad de credos, de prensa, de emprendimiento, de propiedad, de derechos humanos – sino a asuntos perfectamente resolubles sobre una mesa de diálogo. Problema de cantidades, no de calidades. 

Un asunto de voluntad más que de intereses, de disposición, más que de casos de sometimiento, y frente a los cuales basta sentar a los contrincantes en una mesa de entendimientos para que se entiendan. Y facilitarles un puente para que transiten unos a otros y se abracen en las riveras contrarias.


Es tan brutal el desmentido cotidiano a una visión tan pastoril y pasteurizada de nuestros enfrentamientos, tan cruenta y sanguinaria la intervención de las fuerzas armadas - violando los más elementales principios constitucionales, que les ordenan mantenerse al margen de toda toma de partido político y ser estrictos defensores de la soberanía nacional y el orden público - y tan dolorosas las muertes de nuestros hijos, provocados por la absoluta indisposición del régimen a abandonar su intento por imponernos un régimen tiránico y totalitario, que cabe preguntarse si Su Santidad no alcanza a tener conocimiento de ellos. ¿O medio centenar de asesinatos de niños y jóvenes no son prueba suficiente del absoluto desinterés del gobierno por aceptar los reclamos de la población y proceder a sofrenar la bestialidad de sus ejecutorias? Vale decir: ¿a renunciar a imponernos un régimen castrocomunista en Venezuela? ¿Aún no se entera del rechazo de nuestros arzobispos y de millones y millones de ciudadanos a entramparse en un diálogo cuya única finalidad ha sido y será invalidarnos y ganar tiempo para terminar de someternos a sus delirantes propósitos totalitarios y anti cristianos?


¿Es posible que los encargados de los asuntos internacionales del Vaticano aún no le hayan informado que, como lo acaba de reafirmar el Dr. Moisés Naim en un lacerante artículo publicado en el periódico El País, de España, el 14 de mayo pasado, el gobierno de Nicolás Maduro no detenta el poder de facto de nuestro país, pues él se encuentra subordinado y atado de pies y manos a las determinaciones de Raúl Castro y los intereses del gobierno cubano? ¿Que Venezuela es en los hechos aunque en forma subrepticia y perversa una colonia del régimen tiránico imperante en Cuba? (http://elpais.com/elpais/2017/05/13/opinion/1494697154_543336.html).

             El grave problema de este imposible entendimiento surge al considerar que tanto la idea del puente como la insistencia en el diálogo presuponen desconocer y/o negar el talante y la naturaleza de los factores enfrentados, poner en una misma balanza a quienes asesinan con quienes son asesinados, a quienes encarcelan, con quienes son encarcelados, a quienes disponen y hacen uso de su aplastante parafernalia bélica asesinando diariamente a jóvenes manifestantes, incluso niños, enfrentándose con crueldad y saña con quienes están desarmados y resultan sus víctimas. ¿Poner de acuerdo a quienes se subordinan a un poder extranjero, como el cubano, con quienes defienden su idiosincrasia, Venezuela? ¿A quienes imponen la guerra para avasallar a los ciudadanos sometiéndolos a un régimen político ajeno a sus creencias, hábitos, usos y costumbres existenciales - el castrocomunismo - con quienes dan sus vidas en búsqueda de la paz, el entendimiento, la solidaridad y el reencuentro de su identidad: la democracia? ¿Abrazarse el bien y el mal? ¿Dios y el diablo?

             Lo cual termina por hacer saltar por los aires esa aséptica disposición a buscar equilibrios entre factores antinómicos, antagónicos e incompatibles: pretender acordar a quienes son enemigos confesos y jurados de toda religión, pues para ellos las religiones son el opio del pueblo, con quienes están dispuestos a dar sus vidas por defender sus creencias, y de ellas la mayor: su fe en Dios. ¿Puede la máxima autoridad del cristianismo poner en una misma balanza a sus fieles y a sus enemigos?

             Desde luego que estamos ante un vuelco epistemológico, ético y moral de 180 grados respecto de la tradicional teología política del Vaticano. Lo que produce confusión y desconcierto. Que no sólo modifica el comportamiento de los anteriores papas de la cristiandad, y muy en particular el de Juan Pablo II respecto del comunismo, al que se enfrentara sin una gota de vacilación o de dudas, contribuyendo de manera irreprochable a su desaparición, sino las enseñanzas evangélicas mismas. ¿O alguien podría considerar neutral el comportamiento de Pablo de Tarso ante el Imperio Romano y el Judaísmo? ¿Incluso ante los tibios? ¿O siquiera imaginar a Judas proponiéndole a Jesús en la última cena  un diálogo con Caifás o un puente con Poncio Pilatos?

             El cristianismo se impuso en el mundo gracias a esa extraña combinación de irrenunciable prédica por el amor universal y la militante oposición y rechazo  del odio idiosincrático. En todos los ámbitos de la vida social. Sin concupiscencias. ¿Vivimos la consecución de los afanes milenaristas como para volverle la espalda a nuestras obligaciones teológicas?

Para mi será inolvidable la conversación que sostuviera con el cardenal Rosalio Castillo Lara a propósito de las obligaciones que él consideraba debían ser asumidas por la feligresía ante el asalto de la barbarie chavista en Venezuela y en la que me pusiera como ejemplo las tareas que les imponía el Papa Pablo VI a quienes, como él, se encontraban en Roma en tiempos del indetenible ascenso del Partido Comunista Italiano, enemigo jurado de nuestra Iglesia, luego del fin de la II Guerra Mundial: cubrirse la tonsura con una boina y salir a medianoche a pegar carteles contra el comunismo italiano. Tomar partido en un momento de definiciones existenciales. No necesito imaginarme su reacción ante las santas propuestas de Jorge Alejandro Bergoglio frente al castrocomunismo que hoy nos aplasta.

             No malinterpretamos el mensaje de Su Santidad. Lo tomamos al pie de la letra. No se trata de desconocer su ministerio. Se trata de defender nuestros principios. No se trata de someterse a las normas que impone la dictadura. Se trata de defender la Libertad. El problema no es de interpretación. Como diría Hegel: es asunto de la cosa misma.

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