SANTOS Y EL NOBEL
Nada de todo lo dicho está halado de los cabellos.
Ingrid Betancourt, esa pobre mujer que sufriera años de cautiverio, cadenas y
sevicias, acaba de declarar en Paris, lo reseña la agencia France Press, que el
Nobel de la Paz también les debió ser concedido a las FARC. Pablo Escobar murió
antes de tiempo. Se perdió la oportunidad de oro de entrar a los grandes fastos
noruegos. El Chapo Guzmán aguarda en la sombra.
Antonio Sánchez García
@sangarccs
Que cualquier ciudadano de
a pie pueda candidatear a quien se le ocurra para ser galardonado con el Premio
Nobel de la Paz no es razón para que, en efecto, se lo concedan a quien se les
ocurra a los jueces noruegos. A no ser que el Nobel de la Paz posea tanta
enjundia y merecimiento como un premio Grammy o el Miss Universo y sea
negociado en corrillos de mafias de la industria de la comunicación y el
entretenimiento. Como pareciera ser el caso.
Rigoberta Menchú, la
guatemalteca, lo obtuvo coronando una estafa de manipulación mediática que la
convirtió, de embaucadora y cuentista profesional, en heroína de trincheras. Esquivel,
el argentino, de negociante de abuelas tramposas en conciencia crítica del
peronismo castrista. Para coronar esa estela de desaciertos, ahora los noruegos
le conceden el galardón – y el suculento cheque que lo acompaña – a quien acaba
de recibir una bofetada de rechazo de media Colombia tras una negociación de
paz sospechosa de claudicación e irrespeto a la verdad histórica. Media
Colombia debe mirar el Nobel con desprecio.
El momento no pudo ser más
inoportuno. Tanto, que el premio pareciera coronar una cuidadosa operación de
manipulación mediática de gran escala. En la que parecieran estar involucrados
todos los poderes fácticos del planeta. Todo siguió un perfecto plan, cuya
coronación debía ser una arrolladora victoria del SÍ, seguida a los pocos días
de la concesión del Premio Nobel de la Paz al siempre perfectamente maquillado
presidente colombiano. Razones de pudor de último minuto habrán sacado de la
foto a Timochenko y a Raúl Castro, ¿o es que no fueron, junto a Santos, los
cocineros de la paella de la Paz que hoy recibe el Premio Michelin de la cocina
noruega?
Si Bin Laden hubiera
pertenecido a la cultura latinoamericana del acomodo, en lugar de terminar
dentro de una bolsa en el fondo del océano, pudo haber subido al podio de Oslo
a recibir su premio. Como será el profundo deseo de Nicolás Maduro o Diosdado
Cabello, tal como lo han adelantado algunos de los esbirros mediáticos que ya
los postularan. Por ahora sin mayor éxito. Lula acaba de ser apartado de un
manotazo de sus aspiraciones nobelísticas por los tribunales de justicia
brasileños. Y bien podría recibirlo, como institución, el Foro de Sao Paulo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario