BRASIL Y COLOMBIA, LA DEBACLE
Pocas veces se nos permite vivir en tan corto
lapso cambios tan profundos y determinantes como los que comenzáramos a vivir
cuando, a la muerte de Kirchner y de Chávez, comenzara a desfondarse la barcaza
de asalto de las fuerzas de ocupación política neo castristas. Más asombroso es
la absoluta miopía de nuestros líderes políticos, absolutamente inconscientes
de las torrenteras de descrédito y desprestigio que corrían bajo los pies de la
Rousseff y de Lula, mientras ellos los alababan como maestros del futuro.
Antonio Sánchez García
@sangarccs
Colombia y Brasil,
nuestros dos grandes estados fronterizos, vivieron este domingo 2 de octubre –
y es bueno consignar la fecha, pues sabe a historia – dos revolcones políticos
de inmenso significado para el futuro de la región: en Colombia fue derrotada
la propuesta de Juan Manuel Santos y Timoschenko, en nombre del establecimiento
político y empresarial dominante en Colombia, cuidadosa y largamente apadrinada
por la tiranía cubana bajo la buena pro de todos los poderes fácticos, políticos
y mediáticos del mundo – de Washington al Vaticano y del New York Times a El
País, de España – que cerraba más de medio siglo de una cruenta, sangrienta y
espantosa guerra de guerrillas guevaristas que pretendieron infructuosamente
implantar un régimen castrocomunista en Colombia. A las sombras y brumas de la
cual, se montó la principal fuente de cultivo y preparación de cocaína del
mundo, se asedió a Venezuela, al Caribe, a Centroamérica y a los Estados Unidos
y se impidió sistemáticamente toda estabilización social y política de la
región. Un cáncer de largo aliento que los colombianos debieron cargar a sus
espaldas como una joroba de maldiciones, fraguando hamponato, criminalidad y
violencia que tuvieron, obvio es reconocerlo, una devastadora influencia sobre
la clase política colombiana.
Tras un cuidadoso montaje
de cuatro largos años de duración, Raúl Castro pudo mostrarse al mundo como un
factor de equilibrio y manejo de grandes áreas de conflictos en América Latina.
Con dos saldos a su favor que bien hubieran podido coronarlo como el nuevo Kissinger
del Caribe: haberse ganado el respaldo y el reconocimiento de Barak Obama y del
Papa Francisco, sin aflojar ni en un milímetro las riendas de la tiranía que
controla con la fiereza de Heinrich Himmler, surfeando las olas que derrumbaban,
simultáneamente, el más importante logro de su reinado, con el que superara de
lejos a su hermano mayor: el kirchnerismo y el lulismo, apartados de un manotazo
puede que para siempre jamás. Si es que en América Latina, los jamaces tienen
algún significado.
Fue el otro sismo de
dimensiones apocalípticas que repercutió del otro lado del Amazonas mientras en
Colombia Álvaro Uribe y Andrés Pastrana se refregaban los ojos para ver en toda
su magnitud la insólita, inesperada y resonante victoria obtenida en las urnas:
el pueblo colombiano no avaló un acuerdo que más que un acuerdo era una
recompensa a la crueldad y la infamia con que las guerrillas torturaron durante
más de medio siglo a los colombianos. En Brasil, simultáneamente, el lulismo
perdía un 90% de un respaldo que hace tan solo un año ni el más afiebrado de
los analistas políticos hubiera podido siquiera imaginar.
Lo que comenzara como mera
averiguación por supuestos casos de corrupción terminó por derrumbar la costosa
estantería política montada en La Habana inmediatamente después de la caída del
Muro y el derrumbe de la Unión Soviética y el bloque socialista. Ni el PT, ni
Dilma Rousseff ni Lula pudieron asomarse a ver lo que estaba sucediendo. Antes
de advertirlo, eran arrastrados corriente abajo por la riada de la indignación,
el desprecio y la furia. Este domingo, además de desaparecer como potencia
política de la administración de alcaldías y gobernaciones – les restó una sola
gobernación, marginal y sin ninguna importancia – mientras los dos símbolos del
lulismo y los nuevos tiempos del neocastrismo en América Latina, la gobernación
del Estado de Sao Paulo y de la ciudad natal del líder petista, pasaban a manos
del PMDB, principal beneficiario del terremoto brasileño.
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