LAS PALABRAS Y LAS COSAS
Es cuando nos aparece en todo su dramatismo esa
perversión semántica que nos abruma. La traición del sentido de las palabras y
las cosas. Sería un triste consuelo que sólo se hubiera expandido entre
nosotros, los venezolanos. Temo que ya sea una peste de dimensión continental y
mundial. Lo que tampoco sirve de consuelo. No presagia nada bueno.
Antonio Sánchez García
@sangarccs
Leo un importante artículo
de un columnista de El País vinculado por amistad e intereses ideológico
políticos con nuestro país, el analista argentino Héctor Schamis, que pone el
dedo en una de nuestras más dolosas y
dolorosas llagas: nuestra inconsistencia intelectual y moral, que él ve
corporeizado en la absurda semántica de la dictadura y, - ¿por qué silenciarlo?
– también en los insólitos e inexplicables vaivenes semánticos de la oposición
democrática. Que ha tardado diecisiete años en descubrir que esta democracia “protagónica”
y esta “revolución bonita” – otros trágicos
eufemismos de nuestra pervertida semántica - ocultaba una tiranía. En Venezuela
la dictadura, que ha estado en la médula del proyecto chavista y bolivariano
desde mucho antes del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 y vinculado
desde fines de los cincuenta-comienzos de los sesenta con las guerrillas
castrocomunistas, ha podido asentarse por todos sus fueros, prácticamente sin
una sola observación en contrario de sus dolientes; asesinando, estafando,
violando, ultrajando honras y saqueando bienes en nombre de la democracia. Y la
oposición ha sido reducida a escombros, sin un solo acto de legítimo y
honorable acto de autodefensa, acusada de fascista. Un quid pro quo que sólo
puede ser metaforizado mediante el cuento del lobo y caperucita roja. Un cuento
de horror que le ha costado al país su ruina y su devastación. Y que fuera
comprado en paquete desde sus mismos inicios por la propia burguesía
empresarial, financiera, mediática, académica, política, artística,
intelectual, militar y clerical del país, sin provocarles el menor empacho. Jueces,
fiscales, filósofos, banqueros, empresarios, militares y arzobispos sirvieron
prolíficos y voluntariosos a la perversión de nuestro lenguaje político. Que
era la perversión de nuestra esencia.
Schamis hace mención de la
semántica – vulgo: significación de las palabras. Y como en el principio fue el
verbo, la brutal y criminal distorsión de las palabras que se viven en
Venezuela por lo menos desde que los principales medios liberales del país se
encargaran de convertir a un forajido en un héroe, y a un asaltante y asesino
como Hugo Chávez en un samaritano, esa semántica del absurdo no es más que la
brutal y criminal distorsión culpable o inocente, espontánea o inducida de los
hechos, actos y fenómenos que ellas encubren.
Inocencia o culpabilidad que solapan, en la realidad, la estupidez o la
felonía. Desde por lo menos el 4F del 92 los venezolanos – todos a una, genios
o minusválidos - nos hemos destacado por ser estúpidos o malvados. Le dimos
credibilidad a un forajido de milagreros y resentidos.
El artículo de Chamis me
abruma, pues cargo desde esa aciaga y nefanda fecha una pesadumbre que estos 24
años transcurridos desde entonces no han logrado quitarme de encima y me
amenazan con llevarme al final de mi vida con la más profunda y existencial
decepción sufrida en el diario batallar con mi circunstancia. No puedo olvidar
las páginas y páginas de todos los periódicos venezolanos y las horas y horas y
horas de comentarios políticos de sacerdotales opinadores de radio y televisión,
dedicadas a ensalzar, publicitar y engrandecer la felonía de los coroneles
golpistas y endiosar al peor, más vil, oportunista y siniestro de todos ellos,
Hugo Chávez. Con tres excepciones de la primera hora que no me he cansado en
reconocer, pues fueron, hasta hoy, voces solitarias en sus gremios: el jesuita
(sic) Luis Ugalde, el filósofo Juan Nuño y el historiador Manuel Caballero. Primeros
testigos del naufragio. Todos los medios se dedicaron a pavimentar el asalto
nazi fascista de Hugo Chávez al poder, haciendo un uso sistemático e
inescrupuloso de la violación semántica a la que se refiere Héctor Schamis:
mintiendo, falsificando, corrompiendo las palabras y las cosas. Hasta el día de
hoy, en que esa lepra semántica que obnubila nuestros sentidos continúa
dominando los espíritus y pavimentando, ahora, el camino al colmo de los
absurdos semántico políticos: el “diálogo”. Voz platónica que suplanta la vieja
conminación de los asaltantes sinceros: la bolsa o la vida.
Me abruma que aquellos que
guardaron un estruendoso silencio el día en que el villano se juramentara en el
hemiciclo, humillando a toda la clase política y jurídica que lograra cuarenta
años antes el prodigio de redactar y hacer valer la mejor constitución de
nuestra historia que él difamara “por moribunda”: al presidente de la
república, uno de sus firmantes, y a todos los parlamentarios presentes – entre
ellos Henrique Capriles y Henry Ramos Allup. Que sean ellos los que continúen
disputándose el control de la oposición, después de diecisiete años de
humillaciones y tropelías, aún incapaces de responder con virilidad, con
unanimidad y coraje a la villanía de la escoria que sobrevive al frente de
nuestra sociedad lo dice todo.
Me duele que aún hoy el
empresariado siga obsecuente y parásito los dictados de la dictadura, que los
militares hayan dado muestras de cuán cobardes, cuán oportunistas, corruptos y
rastreros pueden llegar a ser. Me duele que las máxima autoridades de los
jesuitas que hoy mandan en el más alto sitial de la cristiandad, continúen
esparciendo la falacia de su falsa semántica. ¿Qué significa la palabra
“alternativa” para Arturo Sosa, SJ? ¿Qué significa la palabra diálogo, para SS
Francisco? ¿Qué significan las palabras “democracia” y “libertad” para Barak Obama, Hillary Clinton y el
Departamento de Estado?
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