FIDEL CASTRO RUZ
No me complace una muerte que llega con medio
siglo de atraso. Pero me avergüenza constatar, una vez más, la miope
complicidad de las democracias y los demócratas con las tiranías y los tiranos,
si se dicen de izquierda y proceden según el fracasado y devastador ejemplo del
marxismo leninismo.
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA
@sangarccs
Cuando el 30 de abril de
1945, a diez días de haber cumplido los 56 años, el mundo se enteró de la
muerte de Adolfo Hitler, nadie osó manifestar sus condolencias. Por supuesto:
Pío XII mantuvo el más solemne silencio. ¿Cómo el papa de la cristiandad iba a
expresar su pesar por la muerte de un asesino serial, responsable de la mayor
conflagración mundial de la historia y del aberrante holocausto de seis
millones de judíos? ¿Cómo iban a expresar algún signo de dolor quienes tenían
perfecta conciencia de que había sido un tirano, de que impulsado por sus odios
y atávicos rencores había llevado a su pueblo al peor desastre de su historia,
empujando a la humanidad al borde de su abismo? ¿Cómo atribularse por la muerte
de quien era el responsable directo de la muerte de decenas de millones de
seres humanos sacrificados en las hogueras de la guerra más espantosa de toda nuestra
historia?
Digo “nuestra” y me
equivoco. Latinoamérica fue excluida, para su inmensa fortuna, de los desastres
de la guerra. Pero no fue excluida de los efectos devastadores del ejemplo del
caudillo más sanguinario que ha conocido la historia contemporánea. Sobre dos
de ellos provocó afanes tan apocalípticos y devastadores como los que el
caporal austriaco llevara a la práctica: Juan Domingo Perón y Fidel Castro.
Pero fue éste último, financiado y aupado hacia el Poder por el coronel
argentino, quien extrajera de MEIN KAMPF – Mi Lucha - los más útiles consejos para reiniciar la andadura terrorífica de
Adolfo Hitler, asaltar el Poder en su isla natal, convertirla en la hacienda de
sus iniquidades y atropellos e intentar durante toda su vida hacer del
continente pasto de sus delirios totalitarios.
¿Por qué razón todos
callaron a la muerte y cremación de los restos del político y guerrero más
destacado de la historia alemana del Siglo XX, mientras que a la muerte de su
epígono – tan cruel, tan implacable, tan inhumano y devastador como su modelo
austro alemán – desde el Sumo Pontífice, el argentino Jorge Bergoglio, SS
Francisco, hasta la presidenta chilena Michelle Bachelet e incluso el
Secretario General de la OEA, un demócrata intachable y a carta cabal como el
uruguayo Luis Almagro – expresan sus sentidas condolencias por la muerte del
principal responsable de la muerte de miles y miles de cubanos y
latinoamericanos ofrendados en las guerras de guerrillas inspiradas, dirigidas,
organizadas y financiadas bajos su ejemplo y sus órdenes?
Me he negado a seguir el
ominoso obituario del caudillo más siniestro habido en la historia republicana
de América Latina. Ni siquiera comparable al Dr. Francia o al mismo Fulgencio
Batista, que le sirviera el pretexto para que él asaltara el Poder tras la
promesa de democratizar la isla para sumirla en la miseria, la humillación, la
tiranía y la barbarie. ¿Qué rescoldos de innominadas aspiraciones
automutiladoras arden en el fondo de los corazones de quienes, aún habiendo dado
pruebas de su talante eminentemente democrático, se niegan a reconocer la
aviesa naturaleza del tirano más siniestro de nuestra historia? ¿Qué nos lleva
a prohijar la condena de un tirano fascista de derechas como Adolfo Hitler y a
endiosar a un tirano fascista de izquierdas, como Fidel Castro? Las diferencias
entre uno y otros son de índole estrictamente cuantitativas, no cualitativas. Su
cuñado, el senador Díaz Balart tenía absoluta razón cuando en 1956 lo
calificaba de fascista redomado y presagiaba que se entregaría a la Unión
Soviética sólo porque Hitler estaba muerto y el fascismo había perdido la
partida. Que a ser por él, se entregaría en cuerpo y alma al ejemplo del
genocida alemán. Siguió el de Stalin y el del materialismo histórico. Una sutil
maniobra que le proveyó el arsenal justificatorio para sus tiránicas
ambiciones. Ya lo sabemos_ quien asesina en nombre del Manifiesto Comunista es
doblemente perdonado. Incluso por los dos papas que hacen vida en el Vaticano.
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