LA REVOLUCIÓN
QUE VIVIMOS
¡Bravo
por Venezuela, la eterna! ¡Démosle gracias a Dios por habernos permitido vivir
este momento histórico! ¡Una nueva Venezuela ha nacido! ¡A dar nuestras vidas
por ella! Se lo merece.
Antonio Sánchez
García
Twitter: @sangarccs
A nuestros
mártires
Las revoluciones son mal educadas: no piden permiso. Ni se limpian los zapatos
antes de entrar a los salones y pisar las alfombras, donde los funcionarios de
los partidos del establecimiento pretenden incautarlas. Son descaradas: van a
lo suyo. Que es el Poder. Y en la urgencia – todas las revoluciones son
urgentes y no esperan, como las parturientas – no tienen ni tiempo ni interés
en aguardar las instrucciones de quienes quisieran hipotecarlas para dar a luz
el nuevo tiempo que se asoma.
Es la característica única e inédita de la revolución que estamos viviendo en
Venezuela. ¿De dónde sale tanta gente – niños, adolescentes, mujeres, adultos,
viejitas, ancianos, paralíticos, amputados que se enfrentan a las tanquetas, a
las metralletas, a las balas y a las bombas lacrimógenas de los mercenarios y
hampones del viejo sistema que se desintegra y se está cayendo a pedazos? – me
preguntaba un periodista extranjero, asombrado de ver como brotaban de los
barrios, los cerros, los callejones, las aldeas, pueblos y ciudades de
Venezuela los millones de combatientes que somos. ¿Quiénes los han convocado,
los han instruido, los han organizado?
Nadie. Es la fuerza irresistible e irrefrenable de un pueblo en estado de ebullición,
como los volcanes. Una fuerza telúrica alimentada por la desesperación, la
indignación, la negación y el rechazo. Y sobre todo, y allí radica su
característica esencial, brotada de la dignidad ofendida de un pueblo saqueado,
esquilmado, estafado, engañado, manipulado, ofendido y humillado. Una
revolución profundamente asentada en las reservas morales de un pueblo que
agotó todas sus fuerzas de resistencia. Pues las revoluciones auténticas – y
Venezuela y posiblemente ningún otro país de América Latina, ni siquiera el
cubano, habían vivido una auténtica revolución, pues la independista se la
sacaron los mantuanos de Bolívar y Sucre de sus chisteras de jóvenes
aristócratas con ambiciones magisteriales, la cubana la impuso con el poder del
engaño y la seducción una camarilla golpista y la cacareada revolución
bolivariana, esta farsa de ladrones, estafadores y narcotraficantes, fue
pergeñada en los regimientos de la ambición y el saqueo que llevan doscientos
años pudriendo el espíritu de Venezuela desde los cuarteles de la
infamia.
Nadie se la
esperaba. Hasta ayer, asesores asépticos y pundonorosos insistían en recalcar
que este pueblo era apático, aguantador, pacifista y sufrido hasta lo
indecible. Cómodo y electorero. Sensual y veleidoso. Hedonista y gozador. Y que
la única salida posible a este cruento impasse – que se han empeñado en
desconocer o minimizar, en reducir a los añejos parámetros de una democracia decadente,
discutidora y subvencionada – era agacharse y esperar por el derrumbe y
elecciones. Sin despertar al monstruo uniformado. Nada de lo cual era falso.
Pero nada de lo cual era cierto. Porque los pueblos se miden en las horas
amargas, las más difíciles, las más duras. Y es de agradecer, así suene a
paradoja, que esta dictadura – zafia, brutal, estúpida, inútil, corrupta,
uniformada, mentirosa y sanguinaria – haya llevado las cosas hasta sus últimos
extremos. Acuciada por las urgencias de una tiranía proxeneta, viciosa, exangüe
y esclavista como la cubana, que quisiera despedazarnos y devorarnos hasta los
huesos, han creído que el plato con las sobras ya estaba servido. Que los
hampones que se apoderaron del Poder bajo el mando y la complicidad de la
fuerza armada podían hacer lo que les viniera en ganas. Que los partidos de una
oposición catalépticas y paralizada por sus prejuicios, sus ideas fijas, su
pusilanimidad, sus abonos, mezquindades y granjerías seguirían engarzadas al
mangoneo cubano psuvista por las narices de negociados y componendas, como los
bueyes rumberos. Que el mandado estaba hecho y el matrimonio narcotraficante y
sus militares vendidos nos arrearían como bestias hasta el matadero
castrocomunista.
¡Qué
maravillosa, qué extraordinaria, que colosal equivocación! Ahora, ante esta
revolución arrolladora, impulsada por niños y jóvenes que nacieran luego del
último vómito del golpismo militarista y caudillesco sobreviviente del siglo
XIX, el del 4 de febrero de 1992, que no conocieron de los tejemanejes, corruptelas
y traiciones de éste y del otro pasado y se mueven por los instintos
liberadores que llevan en sus genes, los de la generación del 28 y nuestros
mejores demócratas venezolanistas, se atoran, no salen de su asombro y
reaccionan agotando las existencias de sus arsenales y su infinita y estúpida
crueldad o pretendiendo capitalizar lo que fueron incapaces de promover.
¡Bravo por
Venezuela, la eterna! ¡Démosle gracias a Dios por habernos permitido vivir este
momento histórico! ¡Una nueva Venezuela ha nacido! ¡A dar nuestras vidas por
ella! Se lo merece.
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